viernes, septiembre 30, 2005

MUDANZA

MUDANZA

Por no hacer mudanza en su costumbre.
Garcilaso de la Vega

Limpié de viento los estantes viudos
y los sueños que cayeron de la cama por descuido.
Guardé tu beso en siete cajas;
en otra, cinco años de trabajo.
Por último, un trozo de vida
entre El amor en los tiempos del cólera.
Cuando cierre la puerta,
las llaves girarán los años,
escribirá la mirada lo que fuimos
y quedará en el contendor azul de la nostalgia
la perdida costumbre de tu boca.

Ser o no ser. Tener o no tener. A propósito de la inmigración en Ceuta y Melilla

SER O NO SER. TENER O NO TENER. HE AQUÍ LA CUESTIÓN



Ya lo dijo Sancho Panza, allá por el siglo XVII: “Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener”. A lo largo de la historia de Occidente, las formaciones sociales sustentadas en castas, clases sociales o estamentos han ido diluyéndose progresivamente hasta conformar unas estructuras sostenidas única y exclusivamente en un mercado capitalista. Desde entonces y hasta hoy, los caminos para llegar a nuestro presente han sido distintos, variados, contradictorios y monstruosos, tal vez sea éste el mejor calificativo para un proceso tan devastador. Da igual si de un lado o de otro. A estas alturas de la Historia, tanto la izquierda más aberrante como la derecha más fanática tienen suficientes motivos para avergonzarse. El ser o no ser del gran Shakespeare es hoy un tener o no tener, porque quien no tiene no es nada.
Es tanto el tiempo que llevamos viviendo en un sistema tal que una afirmación como la anterior puede parecer una verdad de Perogrullo, algo tan evidente como que el sol calienta nuestros días o que el cielo, en un día despejado, es azul. El tener se separa del no tener en algo tan mínimo como un adverbio de negación; en algo tan azaroso como nacer aquí o unas millas más al sur; tan condenadamente simple como una verja fronteriza que separa un país de otro.
El drama que se vive en las ciudades de Melilla y Ceuta no ha surgido ahora. Tiene muchos siglos de representación a sus espaldas y tiene, sobre todo, muchos cómplices y culpables que han hecho oídos sordos al clamor de millones de personas, de infinidad de bocas secas y estómagos podridos por el hambre.
Desde que tenemos uso de razón, hemos aprendido que casi todo en la vida responde a la relación ‘causa – efecto’. Es decir, cualquier hecho tiene que remitir necesariamente a un comportamiento o actuación determinados. Que estemos asistiendo a sucesivas avalanchas de personas no puede ser más que el resultado de alguna circunstancia determinada, de algún fenómeno que motiva la huída de estos seres humanos desde sus países de origen hasta nuestras fronteras.
Los medios de comunicación hablan de cumbres, de acuerdos, de alianzas entre civilizaciones. Los zapateros, bonos y rajóis se pelean ante las cámaras en defensa de una supuesta política de inmigración mejor que la actual o llaman al ejército mientras los operarios levantan tres metros más la altura de la valla (es igual, cavarán túneles para cruzarla. El instinto de supervivencia determina las acciones del hombre). Papeles, permisos… Pocos hablan de que sea el hambre lo que esté provocando el movimiento de masas humanas por gran parte del mundo o que lo sea la situación de violencia y extorsión que sufren en sus países natales.
Las causas de la inmigración, a estas alturas del problema, están claras. Nadie arriesga el pellejo en una patera o saltando una doble verja de seis metros con los antidisturbios al lado si no es para salvar la propia vida.
¿Qué sistema es éste que en vez de mirarle la cara al problema intenta arreglarlo subiendo una verja o enviando al ejército? ¿Por qué nadie toma posiciones en la lucha contra el hambre, en defensa de los derechos humanos y la dignidad del hombre?
Las medidas actuales para frenar la inmigración no son más que remiendos de un vestido viejo que se está cayendo a pedazos. Dos terceras partes del planeta se muere de hambre, millones de personas se han convertido en alimento de moscas, mientras nuestros gatos cada día comen mejor.
No importa. El poder económico, que es el que domina y gobierna cualquier estado y hace que no haya prácticamente diferencias entre un partido y otro, es imparable. A un cuerpo famélico en cualquier reportaje de unos informativos le sigue un desfile de Armani. Con nombre propio, sí señor, porque da dinero. El problema de la inmigración no tendrá fin hasta que frenemos o cuestionemos, aunque sea, nuestro propio sistema de vida. Hasta dónde nos domina el capital que hace que una reflexión como ésta pueda ser tenida por utópica o imposible.
Nuestra concepción material del universo, la cosificación de nuestro entorno, está atentando directamente contra la única verdad que existe y que es la misma vida. De ahí la inutilidad de la mayoría de los discursos políticos, enredados en márgenes de beneficios, en subidas y bajadas de I.P.C., en mayores o menores impuestos. El ser humano hoy sólo interesa en tanto en cuanto produzca o deje de producir. Cuestionar lo establecido parece, en nuestro presente, una herejía. Para muestras sólo hace falta ver un sistema educativo que ha ido enterrando progresivamente en el foso del olvido la mayoría de las disciplinas humanísticas en pos de las técnicas.
¿No hay ninguna voz que se alce en defensa del hombre, de su condición humana? La gente muere de hambre y nadie se manifiesta, o sólo unos pocos. Con qué entusiasmo pusimos algunas esperanzas en la cumbre del G8 y cómo se nos fueron al traste en cuestión de días… Dar a los demás es perder algo de lo que se tiene.
Los últimos inmigrantes han declarado en un campamento de Melilla que Dios los ha ayudado a llegar y a salvarse. Qué lástima que la mayoría de sus representantes de peso en la Tierra estén más preocupados en debates medievalistas y en la defensa de algunas familias que, según lo visto, nada tienen que ver con las de estas personas.
Tener o no tener. Eso es todo. Esa es la causa. No tener un jodido pedazo de pan que echarse a la boca.

Bienvenidos