sábado, octubre 29, 2005

MITOLOGÍAS III

VII

Chafarina conoce los secretos de las caracolas.
La que lleva siempre consigo conserva el eco de la leyenda de su propio origen. Una lágrima que derramó la luna cuando los dioses no pudieron ocultarle por más tiempo que siempre viviría sola.
Una lágrima de cristal que fecundó al Mediterráneo.
La sirena ha escuchado tantas veces el susurro que se considera testigo de su nacimiento. Vio caer la lágrima y lloró por la madre. No puede separar su realidad y su fantasía.
Es hija de la tristeza, de la soledad y la lejanía. Por eso ha aprendido a cantar, por eso su voz para luchar contra el silencio.

VIII

Una de las canciones está dedicada a su madre. Canta para no olvidarla y así no olvidarse de sí misma.
En noches de luna nueva, la madre cierra los ojos y la escucha. Reconoce sus sentimientos en las palabras de la hija, y a pesar de la tristeza, se siente orgullosa.


IX

Al amanecer, Melilla tiene por costumbre bajar a ala playa. Desde la orilla ve sonrojarse el cielo ante la desnudez del sol.
En una ocasión, el mar le preguntó:
- ¿Qué es lo que te trae aquí cada mañana?
- La necesidad de respirar la vida – contestó – de convertir en parte de mí misma cada detalle, cada instante. Intento que todo lo que me rodea conserve la originalidad con la que me fue entregado. Defender su rareza, apostar por la quimera. No creas. En ocasiones es casi imposible.
- Sobrevivir...
- Sí, sobrevivir. Creo que desde que nací estoy sobreviviendo.
- Cada cual tiene su papel en este mundo, princesa.
- Qué tranquilizadora la brisa entre mis ojos – susurró extasiada - . Aire nuevo, fresco. Renueva mis pensamientos mustios.
- Melilla y esa sombra de tristeza en los ojos...
- Creo que nadie los conoce mejor que tú.
- Nadie los ha navegado tantas veces como yo.
- Es cierto – sonreía -, hasta el último rincón... Me has visto crecer. Forma parte de mí y no sé vivir sin ella. Supongo que me he acostumbrado.
- Entiendo – dijo el mar -. No somos más que sentimientos. Tal vez negando los dolorosos podríamos ser más felices, pero también distintos a lo que somos.
- Eso es. Mejor o peor, esta es mi vida. Yo sé de mi tristeza y su motivo. Negarla sería engañarme, y el engaño no es más que el consuelo para una realidad moribunda... Aún es pronto para mí. Todavía hay demasiado encanto.
- Me admira tu fortaleza, princesa, como siempre. Te agradezco que me dejes conocer tu alma. No es fácil quedarse continuamente a la orilla de las cosas.

Y se despidió de ella con un beso en los tobillos.

miércoles, octubre 26, 2005

MITOLOGÍAS II

IV

A los pies de su castillo, Melilla pasea desnuda por una cala. Allí lo espera, con la mirada perdida en el horizonte. No es una superficie muy grande, suficiente para que quepan en ella todos sus anhelos.
Ha imaginado quinientos años su llegada. Unas veces montado a lomos de gaviotas, otras en una pequeña embarcación de plata, pero por encima de todas, se queda con la que le trae a su amado caminando sobre las aguas. Se acerca, apenas protegido por unas ramas de olivo, con el cabello enamorado de la brisa. A cada paso que da, las ondas se convierten en anillos que arrastran hasta ella el olor de los deseos. Entonces cierra los ojos y ríe, se acaricia los brazos y deja caer hacia atrás la cabeza.
Piensa que el día ha llegado, que por fin podrá tocarlo. Qué desgraciada si también le arrancaran la esperanza.
Cuando los abre, el mar sigue rumoreando ausencias.
Por qué gritar. Al dolor se le olvidó la queja.
Suspira, con el pecho temblón, y a pesar de su entereza – artificial como cualquier entereza - se deja caer agotada por la ilusión insatisfecha. Juega con la arena como la vida juega con su vida, deshaciéndola en el tiempo.
“Seguro que vendrá mañana, niña”, le dice la luna para consolarle el silencio. Las dos saben que es mentira, pero qué imprescindible para seguir viviendo.



V


Las primeras contracciones del sol rasgaban el rocío de los sueños.
La humedad retiraba serenamente la boca de los rincones de la noche.
Una leve brisa para el desayuno de los insomnes victoriosos.
Cuánta belleza en lo común, qué excepcional lo cotidiano.
Qué milagro en cada hoy para los que ven la vida un poco más despacio.
Un alarido en la mañana reseca el cielo mediterráneo. Está gritando una roca. Melilla se levanta sobresaltada de su lecho, apenas un fino camisón cubre su cuerpo, como ofreciéndolo al secreto.
Cuando se asoma al balcón el alma le da un vuelco. Confundido con la arena, las algas y la roca, en la cala hay un beso varado.
Baja veloz y lo toma entre sus manos. Respira débilmente, está agotado. Ella mira a ambos lados pero no ve a nadie. Siente que se le va, que se le enfría ante sus ojos. Entonces lo acerca hasta sus labios. Que muera por otra razón menos por la de sentir fracasado su destino.
Mientras va desapareciendo, las lágrimas de Melilla se mezclan con el oleaje, como el amor mezcla la sal de los amantes.
Llora por el beso y por tantos otros que no pudieron resistir el temporal de la distancia. Sabe que es él quien se los manda. Entonces ella envía el suyo para seguir creyendo un día más en la suerte.


VI

Los antiguos cuentan que cuando suena en la noche la canción del imposible, Chafarina, la sirena, se mesa los cabellos en la Ensenada de los Galápagos.
Hay, incluso, quien afirma haberla visto rociar su cuerpo con la arena, frotarse las escamas con la brisa mientras susurra melodías legendarias a las conchas.
Esa noche, en su alcoba, Melilla sabe que ha vuelto. No recuerda la última visita. Tal vez unos años, quizá milenios, o puede que siempre. Qué molesto trazarse la vida con las líneas del tiempo. De lo que sí está segura es de su persona, de la riqueza de la amistad. Ése era el verdadero tesoro escondido por los piratas de la vida.
La oye. Está cantando, pero su voz no es peligrosa. Los hombres han tergiversado la magia de su leyenda. Llenan de mentiras todo aquello que son incapaces de poseer, porque los hace sentir inferiores.
El canto de la sirena no conduce a la muerte. En cambio el de los hombres...
Cuando llega a la Ensenada la mira y se sonríen. Melilla trae el ánfora de plata que le ha ido llenando con la luz de las mañana. Se acerca y la va derramando por la piel de Chafarina hasta agotar su contenido. Los brazos, la espalda, los pechos, la cola. Apenas un par de gotas para sus ojos. Es el único capricho de la sirena, un poco de luz que le caliente la humedad del alma.

domingo, octubre 16, 2005

Mayoría Absoluta

“Erradiquemos el hambre
para siempre del planeta”,
propuso entusiasmado el presidente.

Por mayoría absoluta
desapareció del diccionario la palabra.

Mitologías Melillenses

I

De un amor entre dos vientos nació Melilla. Humedades de levante. Empujes de poniente. Los genes de los cielos por sus venas. Del roce de los cuerpos, arena enamorada. Del beso y el sudor, el mar y su saliva de espuma.
Sólo fue un instante de unión. Cada uno prosiguió su camino con la promesa de una crianza compartida. Y así creció, vigilada por los vientos que a pesar de tantos años no pueden olvidar el uno la calidez del otro.
A veces se miran de reojo, con una mezcla de pudor y nostalgia. Pudor que produce el primer desnudo; nostalgia por la desnudez primera y única.
De un amor entre dos vientos nació Melilla, cuentan las viejas estrellas en las noches de abril. Como cualquier amor fue intenso. Como el verdadero amor, fue breve.
Allí quedó, custodiada por suspiros melancólicos y observada por los astros inmortales. Sólo ambos conocen sus orígenes y sólo ambos comprenden su presente y su futuro. La misma vida siglo a siglo; los mismos ojos cada tarde; la voz, casi inaudible, templada por el mar.
Paréntesis de tiempo, excepción de las horas. Olvido de los años.
La hija del amor imposible creció intuyendo desde siempre su destino. Amaría eternamente, le dijo un día la luna sentada sobre una roca en la playa.
La princesa de la brisa se atusaba sus cabellos de almendra con la puesta del sol, a la espera de que apareciese su amante. Una tarde llegó un rumor desde los mares y subió a la torre de su castillo. Miró al horizonte y lo vio. Los ojos del color de la aceituna, sus labios rojos como el vino. Él alargó su brazo pero no pudo tocarla. Ella acercó su boca pero sólo la llenó de vacío. Entonces supo que jamás podría alcanzarlo. Sintió frío, amor, deseo y ausencia. Mientras bajaba las escaleras, sus lágrimas se convirtieron en gaviotas que, todavía hoy, rasgan el cielo con un fado afónico.

II

Para hablar con el cielo, Melilla aprendió el abecedario de las palmeras. Sencillo diálogo, comunicación directa.
Sus ramas son una mezcla de aire y de tierra. Tierra agitada de alegría; aire tostado por la arena.
Sólo las aves son capaces de comprender sus conversaciones. También sus silencios.
Melilla alza sus manos de dátil para saludar al viento. Es el linaje de la infanta. Hija hecha mujer que a pesar del tiempo procura no olvidar de dónde vino. Entre sus dedos las leyendas que viajan de oriente hasta occidente, las canciones que quedaron como testimonios de civilizaciones perdidas, los besos que volaron como labios no correspondidos, los sueños que escaparon de la mediocridad de los hombres.
La palmera es la memoria, es bandera de raíces. Tesoro heredado, la fortuna de la estirpe. Riqueza del humilde, identidad del alma.
Para aliviar la soledad de la luna, tiene Melilla mil palmeras. Rozarle la mejilla, susurrar sus oídos de plata, decirle que no está sola, que vela desde esta tierra los temores y las ausencias. El temor de la ausencia. Juntas se sienten más fuertes y así creen, aunque sea durante cinco minutos, cinco lágrimas o cinco siglos, que podrán derrotar a sus destinos.
Para disfrutar del cortejo del mar frente a la orilla, Mellilla ve con ojos de palmera. Mira desde lejos, se distancia de las cosas para poder comprenderlas, aunque a veces esa misma distancia no sea más que una excusa para huir de la cercanía de su tristeza. Al menos desde las alturas puede observar completamente su fracaso. Y el saber, aunque no cura, tampoco engaña.

III

Cuando bebe demasiado mar, la luna de Melilla canta boleros. Los barcos se dejan llevar, pegaditos, en silencio, los ojos cerrados para que no se les escape tanto ahora.
Algunos traficantes de sueños cesan en sus quehaceres por respeto a la belleza. Escuchan las letras compuestas por los siglos y se sienten afortunados. También diminutos.
Son sólo momentos, como cualquier vida, en los que el tiempo se rebela contra sí mismo y toma aire. Entonces todos miran hacia la inexplicable excepción del cielo azabache.
Las estrellas tremulan de celos. Venus no será jamás tan sencilla como la luna. Venus siempre será complicada.
La melodía se pasea entre las calles, coquetea con el silencio.
El adicto a la tristeza se asoma a la ventana y solloza plenamente. Abre los brazos y respira la humedad de las canciones. También se deja llevar, como los barcos. Baila con la sombra sin pedir permiso. Le coge la cintura, la atrae, le cuenta que una vez fue muy feliz y que pudo superar esa desgracia...
Cuando bebe demasiado mar, la luna de Melilla canta boleros.

martes, octubre 04, 2005

METEOROLOGÍAS

Tan alta es la presión de nuestras bocas
que olvido las borrascas anteriores.
Tan alta la humedad de estos amores
que cala corazones como rocas.

Regiones de tu cuerpo no son pocas
aquéllas que me llueven sus favores.
Si es tiempo de bufanda o bañadores
depende del calor con el que tocas.

Las nieves se derriten al instante
y gota a gota caen desde tu pecho.
No existe temporal como “El amante”.

Hay fuerte marejada en nuestro estrecho,
mi aliento sopla intenso de levante.
Es lógico el vaivén de nuestro lecho.