lunes, marzo 27, 2006

La voz del viento

LA VOZ DEL VIENTO



No me interesan las voces humanas
pero comprendía bien la voz del viento.
Ana Ajmátova

No me interesa la voz del hombre,
de este hombre, de nuestro hombre.
Me dan miedo sus vocales,
abiertas como heridas,
cerradas como puños.
Su palabra engañosa,
su gesto traicionero.
Ni sus comparecencias,
ni sus abrazos previa foto.
No quiero sus acuerdos de corbata
en tierras arrasadas de silencio.
Palabra hablada, no dicha.
Palabra muerta.

No me interesa la voz
que nunca dice al que se ahoga,
esa voz pestosa, hija de puta,
a quien le traba la lengua la miseria.

Un rastro de arena en mi mejilla...
Una lágrima naciente,
un mechón volando en la memoria.
El aliento de otra voz,
las palabras de otro tiempo,
de los hombres cuyo ser era ser hombres.
Escucho la voz del viento estremecido.
Algunas también yo las he olvidado.
Comprendo la voz del viento y lloro.
Un rastro de polvo...
Ese murmullo...

TREGUAS

El mundo pide a gritos una tregua,
un respiro en el fragor de sus miserias.
Las treguas en Europa o Norteamérica
son finas, elegantes y tan dignas
de ocupar primeras páginas
que huelen a divisas y lavanda
y posan porque pasan a la Historia.
Son treguas, sobre todo, palabreras,
partidistas, democráticas,
con votos vencedores y vencidos.

Hay otras, sin embargo,
que no suben acciones al olimpo,
ni entregan medallitas a ministros,
ni esperan bendiciones del obispo.
Se acuerdan para un día,
tal vez dos, no más de tres.
Las firma una lágrima de rabia,
un aliento de coraje,
el espíritu engañado por los dioses.

Un poco de pan para la pena.
Una inyección al desamparo.
Una caricia.

El mundo pide a gritos esas treguas,
ese paréntesis de vida,
esa justicia olvidada.

Un eco envuelto en silencio
cruza hasta perderse en la noche.

Un trozo de pan,
una mirada.