miércoles, octubre 10, 2007

Caracoles




Escribes despacio el mundo
con el recóndito beso
de una leyenda muerta.
Los ojos ven el cielo herido,
el párpado vestido de tristura,
la hoja en la que nace el desconsuelo.
Y escribes sin miedo a las pisadas,
al pálpito cobarde del cobarde
porque un caparazón no admite excusas.
Lento, como la luz de los silencios,
vagas por la rama del destino
a punto de romperse de cansancio.
Escribes el secreto de la tierra
en otras que jamás has conocido,
con un clavel en cada coma
derramado en el umbral del desencuentro.
Y una sombra tatuada en la nostalgia
cimbrea tu lágrima de caracol,
tu rastro en el olvido de los hombres,
hasta romperla en mil palabras,
en un único verso que se trenza
en el frío de los tejados de la noche
para hacerse prisionero de sí mismo
y escribir el desgarro de estar solo
en la contraportada de la vida,
en la deshora de un reloj de arena,
con huellas de charco roto,
de voz mojada, de luna en vena.

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